viernes, 20 de marzo de 2020

HISTORIA DEL ARTE EN CUARENTENA - HOLA DE NUEVO

ESTIMADOS ALUMNOS:

Aprovecho este blog que inicié hace mucho tiempo para retomar el contacto con ustedes. Voy a ir subiendo materiales para estudiar y par pensar entre todos.  Por consultas me escriben en comentarios o al mail.
Saludos
Mariana

miércoles, 19 de marzo de 2014

Introducción a ARTE Y SOCIEDAD de Herbert Read

INTRODUCCIÓN

Ninguna actividad humana dura tanto como las artes plásticas, y nada de lo que sobrevive del pasado es tan valioso para comprender la historia de la civilización.  Durante muchos milenios, el conocimiento que hemos ido acumulando acerca de las costumbres y creencias de la Humanidad dimana de las obras de arte que han llegado hasta nosotros, y, dentro de la historia del mundo, sólo en época relativamente reciente el documento escrito acude en nuestra ayuda.  Sin embargo, aunque estos vestigios de la sensibilidad y de la expresión han sido estudiados exhaustivamente a causa de la información que nos proporcionan, la naturaleza real de la actividad humana que llamamos estética y que resucita tales objetos, continúa siendo un problema psicológico.  Se ha prestado mucha menos atención a la génesis social del arte.  Y a este último problema he consagrado esta obra.

Sólo podía tratarse adecuadamente este tema, con todas sus derivaciones, en una obra de dimensiones enciclopédicas.  Hubiera sido necesario repasar toda la historia del arte y mostrar, fase por fase, cómo cada estilo y género se originaron a partir de las condiciones climáticas y económicas de una época y lugar determinados, y, cómo el arte como expresión de saber y de las aspiraciones humanas, se convirtió en el modelo general de la cultura predominante.  Sin duda, un genio eminente emprenderá algún día esta tarea que en efecto debería ser una interpretación de la Historia en todos sus aspectos culturales.  De momento vamos a limitarnos a proyectos menos grandiosos.  Intento, pues, explorar el carácter general de las semejanzas que, es de suponer, existen entre las formas que la sociedad toma en un período determinado y las formas del arte contemporáneo.  Este es todavía un tema suficientemente vasto, acerca del cual debo hacer algunas aclaraciones preliminares.  Tenemos que distinguir, en primer lugar, entre el arte como factor económico, o sea, el arte en cuanto cualidad inherente a los objetos producidos para satisfacer unas necesidades prácticas y el arte como expresión de ideales, aspiraciones espirituales y mitos, es decir, el aspecto ideológico del arte.  La teoría de que tales aspectos son también, en cierto modo, un reflejo de las relaciones prevalecientes de la producción económica, es una proposición general con la cual estoy totalmente de acuerdo.  Pero, para ilustrar con un ejemplo simple la distinción a que me refiero, los factores que dieron lugar a que se construyesen las catedrales en la Edad Media, y los que determinaron la forma particular de tales edificios, no son necesariamente los mismos.  Pueden representar, en efecto, procesos de desarrollo que sean en substancia completamente diferentes.

La naturaleza esencial del arte no reside ni en la producción para satisfacer unas necesidades prácticas, ni en la expresión de unas ideas religiosas o filosóficas, sino en la capacidad del artista de crear un mundo sintetizado y consciente de sí mismo, el cual no es ni el mundo de los deseos y necesidades prácticos, ni el de los sueños y la fantasía, sino un mundo compuesto de estas contradicciones, es decir, una representación convincente de la totalidad de la experiencia, una manera, pues de afrontar la percepción que el individuo tiene de algún aspecto de la verdad universal.  Se ha puesto de moda definir el arte como una actividad dialéctica; tal definición contrapone una tesis, la razón, con su antítesis, la imaginación, y desarrolla una nueva unidad o síntesis donde se reconcilian las contradicciones.

Los sociólogos han hecho ya, en cierto modo, un repaso de las diversas formas que ha tomado la sociedad y de los tipos de arte correspondientes a ella; gracias a esto se ha logrado dar un cierto orden a los fenómenos que nos proponemos estudiar.  Mi estudio será mucho más deductivo, es decir, comienzo estableciendo una tesis que espero demostrar, una tesis sobre la naturaleza del arte y la función de éste en la sociedad.  Creo que se ha producido una crisis específica en el desarrollo de nuestra civilización, en la cual la naturaleza real del arte corre el peligro de desaparecer en la confusión y el mismo arte corre el peligro también de perecer a causa del mal uso que hacemos de él.  No es, en resumen, un problema de indiferencia: como lo prueba la Historia del Arte en Inglaterra, puede sobrevivir a la indiferencia.  Más bien se trata del hecho de forzarlo a sacar falsas conclusiones morales, de confundirlo, al arte, que es una facultad de la intuición con otras formas de juicio intelectual, de subordinarlo no solamente a doctrinas políticas, sino también a puntos de vista filosóficos.  Al contrario sostendré que el arte es una actividad autónoma, influenciada como todas nuestras actividades por las condiciones materiales de existencia, pero que, como modo de conocimiento, es a la vez su propia realidad y su propio fin.  El arte se encuentra necesariamente en relación con la política, la religión y todos los demás modos de reaccionar ante nuestro destino humano.  Pero como forma de reacción es distinto, y contribuye con pleno derecho al proceso de integración que conocemos con el nombre de civilización o cultura.


READ, Herbert, Arte y sociedad, Península, Barcelon, 1977, 3ª ed. /1936/, pp. 13-15

LAS CUATRO METODOLOGIAS FUNDAMENTALES EN LOS ESTUDIOS DE HISTORIA DEL ARTE


GIULIO CARLO ARGAN

LAS CUATRO METODOLOGIAS FUNDAMENTALES EN LOS ESTUDIOS DE HISTORIA DEL ARTE

Los estudios modernos de historia del arte se desarrollan siguiendo cuatro metodologías fundamentales: formalista, sociológica, iconológica y semiológica o estructuralísta. La metodología formalista proviene de la teoría de la «pura visualidad» que, en el plano teórico, ha tenido su mayor exponente en Konrad Fiedler y en el plano de la aplicación histórica, en Heinrieh Wólfflin. Trataremos de explicarla con un ejemplo. Tomemos un cuadro de Rafael que represente la Virgen con el Niño en un paisaje. Conocemos innumerables cuadros del mismo tema; en muchos de ellos el pintor habrá intentado poner de manifiesto los mismos sentimientos, por otra parte bastante convencionales, por ejemplo la tierna atención de la madre, la despreocupación del niño que juega, la dulzura de las líneas y de los colores del paisaje. ¿Qué tiene entonces de particular el cuadro de Rafael? Dejando aparte el tema y los contenidos afectivos, el estudioso constatará, por ejemplo, que las figuras están dispuestas de manera que forman casi una pirámide, que, de este modo, se contraponen como un volumen sólido al vacío atmosférico del fondo; observará que las líneas de contorno se curvan de diversos modos armonizando así con las suaves curvas del paisaje; notará, en fin, que los volúmenes son, en general, redondeados y que el efecto de relieve se obtiene mediante la gradación uniforme del claroscuro. Estas cualidades formales no se encuentran sólo en este cuadro, ni en todas las Madonnas de Rafael, sino también en otras obras del mismo período, sea cual sea el tema, y aparecen desarrolladas en las obras más avanzadas cronológicamente. Existen, pues, modos formales propios de Rafael y no sirven para comunicar los diversos temas, sino algo más general y profundo, una concepción del mundo o del espacio; y lo que evoluciona en el proceso del arte del maestro es precisamente el sistema de representación global de la realidad. En suma, las formas tienen un contenido significativo propio, que no es el de los temas históricos o religiosos que de vez en cuando transmiten. (...)

Wólfflin ha tratado de reducir los sistemas de signos representativos a algunas categorías fundamentales: lineal y pictórico; superficie y profundidad; forma cerrada y forma abierta; multiplicidad y unidad; claridad y falta de claridad. Puede parecer una abstracción arbitraria; pero, como es fácil comprobar, a cada categoría corresponde su contraria, y en esta serie de contrarios Wólfflin quiere representar las que considera las dos grandes direcciones del arte: la representación y la expresión, lo clásico y lo no-clásico, el arte del mundo mediterráneo y el arte del mundo nórdico. (...)

El método sociológico tiene su origen en el pensamiento positivista del siglo pasado; pero la primera historia social del arte, la de H Taine, más que una historia del arte es una historia de la sociedad a través de su reflejo en el arte. (...)

La obra de arte se produce dentro de una sociedad y de una situación histórica específica; el propio artista es parte activa de esa sociedad; su obra es solicitada, promovida, valorada, utilizada. Se disfruta de ella como de cualquier otro producto; y como en el ciclo económico, en el que vuelve a entrar, la fruición influye en la producción. En los sistemas culturales del pasado, la actividad artística estaba más integrada que actualmente, ya que estaba ligada al sistema de la producción económica: así pues, es posible estudiarla como determinada y como determinante. Entre los factores que determinan la obra de arte, el histórico-sociológico estudia especialmente los mecanismos del destino, de la valoración, de la retribución... (...) La historiografía marxista ha orientado la búsqueda hacia los motivos profundos: más que en los contenidos o en los temas, la relación entre arte y sociedad se busca (Hauser, Antal) en la propia estructura de las formas, en la organización de los sistemas de representación. (...)

Así pues, no es justo decir que la crítica de enfoque sociológico considera la obra de arte sólo como documento y desprecia la calidad. Es cierto, no obstante, que dicha crítica no ha dado los resultados que podía dar. Además, ha trabajado en campos ya muy trillados sin aventurarse en nuevas direcciones de investigación más adecuadas a sus premisas y a sus objetivos: la relación entre la actividad artística y el mundo de la producción y el trabajo; su organización en el mareo de las actividades sociales; la fruición artística en los diversos niveles sociales y sus medios (calcografía, grabados, reproducciones mecánicas, etc.).

Si el método formalista estudia el proceso de formación de la obra de arte en la conciencia del artista y el método sociológico su génesis y su existencia en la realidad social, el método iconológico, instaurado por A. Warhurg y desarrollado principalmente por E. Panofsky en las artes figurativas y por R. Wittkower en arquitectura, deriva de la premisa de que la actividad artística tiene impulsos más profundos, a nivel del inconsciente individual y colectivo. Ha habido períodos (por ejemplo el del arte bizantino) en los que las figuraciones obedecían a precisas e inderogables prescripciones iconográficas fijadas por la liturgia y a los artistas les estaba prohibida cualquier actividad creativa: pero no por esto su valor artístico era menor. La iconología es algo distinto a la iconografía: tanto en un caso como en otros, no obstante, lo que cuenta es la imagen, pues tiene un significado propio. El tema, que la crítica formalista elimina como un hecho totalmente contingente, es siempre un componente de la obra: una interpretación que pretenda ser exhaustiva no puede prescindir de él. (...) De la misma manera que se puede hacer la historia del arte como historia de las formas, se puede hacer la historia del arte como historia de las imágenes. La actividad artística es esencialmente una actividad de la imaginación: pero en la imaginación también entran las imágenes sedimentadas en la memoria. Los procesos de la memoria y de la imaginación son diferentes de los de la observación y de la creación. ¡Cuántas veces, requeridas por las más diversas circunstancias, emergen de nuestra memoria imágenes de las que no conservábamos recuerdo consciente, pero que estaban sedimentadas en lo más profundo de nuestra experiencia! (...) La historia del arte (desde el punto de vista iconológico) es, pues, la historia de la transmisión, de la transmutación de las imágenes.

¿Habría, pues, en el arte dos categorías distintas, la de las formas y la de las imágenes, la de la representación de una realidad objetiva (sea natural o histórica) y la de la evocación de imágenes remotas sedimentadas en la memoria? Panofsky ha podido demostrar que las que se consideran formas representativas no son más que un caso particular, una clase de imágenes. Valga el ejemplo de la perspectiva: tiene un fundamento geométrico, científico y está considerada como la representación rigurosamente objetiva del espacio; sin embargo, es también una forma simbólica, una iconografía del espacio que no es sustancialmente diferente de la iconografía del Pantócrator o de la Trinidad. Existe, pues, y tiene una importancia capital en la historia de la civilización, una cultura de imágenes; la historia del arte es la historia de la cultura que se ha elaborado, no a través de los conceptos, sino por medio de las imágenes. (...)

También al método iconológico se le reprocha no tener en cuenta la calidad, así como de no estar dispuesto a aceptarla. Se limitaría a recoger y ordenar un material icónico inmenso, pero indiscriminado, en el que se mezclarían la creación del genio y las mediocres, tal vez mezquinas, imágenes devocionales, ilustrativas, populacheras. En arquitectura, en fin, el método iconológico valoraría las aburridas tipologías, siendo evidente que la tipología del templo circular períptero o la de la basílica cristiana, o hasta los órdenes clásicos, son otras tantas iconografías. Es cierto que no se ha definido un valor de calidad inherente a las imágenes; pero no es verdad que el método iconológico considere solamente las repeticiones del tipo de imagen: al contrario, se ocupa sobre todo de las mutaciones, de las diversas asociaciones de las imágenes para adherirse a nuevos significados. En otras palabras, si la iconografía es el estudio le la adaptación a una imagen tipo, la iconología es el estudio de las infracciones al modelo, del camino, incluso misterioso, de las imágenes en la imaginación, de los motivos de su reaparición tal vez a grandes distancias de tiempo. (...) No es justo decir, como se ha hecho, que el método iconológico no es un método histórico: precisamente como método histórico estudia y describe procesos que son peculiares de la cultura artística como cultura de la imagen, y que explican su modo específico de evolucionar y difundirse.

El estructuralismo lingüístico ha impulsado. en el campo de los estudios sobre arte, investigaciones que están todavía en un estado experimental y que, hasta ahora, se han localizado principalmente en el campo de la arquitectura. El objetivo de la investigación es lo que podría llamarse el factor común de todas las manifestaciones artísticas, la unidad mínima constitutiva del hecho artístico, sean cuales sean el lugar, el tiempo y la cultura en la que se produce. Más allá del concepto de forma, cuya validez queda limitada a las culturas que sitúan el arte como representación interpretativa de la realidad y, por tanto, como acto de conocimiento; más allá del concepto de imagen, que limita la actividad artística a la esfera de la imaginación, el concepto de signo aparece hoy como el único que vale indistintamente para todos los fenómenos artísticos y permite así una delimitación precisa del área fenoménica del arte. El estudio del signo (semiología) parece tender a sustraer el estudio del arte a las metodologías históricas para fundarlo como ciencia absoluta, sustituyendo la mutabilidad de la interpretación (por la rigurosa labor de descifrar los signos mediante la determinación de los códigos adecuados. Por tanto, se asigna precisamente al estudioso del arte la misión específica de la decodificación de los mensajes sígnicos. Puesto que los signos son significantes el problema del arte queda englobado en el de la comunicación: y está abierto, más que nunca, el debate sobre la posibilidad o la legitimidad de distinguir el mensaje estético del mensaje puramente informativo.

(De Guida alla Storia dell’Arte —con Maurizio Fagiolo—, Sansoni, Florencia, 1974, págs. 31-39i